jueves, 27 de marzo de 2008

El antídoto

"Un helicóptero me dejó en la terraza". Eso contestaba mi abuelo cuando le preguntaba, no habiéndolo visto llegar, por dónde había entrado. Le cuestionaba, aún muy niño, la veracidad de lo que me decía. Sin embargo, en lugar de buscar pruebas que evidenciaran el engaño, hacía todo para encontrar cualquier coincidencia que reforzara, de modo pretendidamente neutral y objetivo, el descenso del helicóptero sobre la casa: un ruido, una mancha de aceite, una baliza, un gorro de aviador. Lo que estaba aceptando -sin saberlo- era una oferta inesperada en el menú: otra vida posible. Mi abuelo ya no era sólo un sindicalista peronista, sino mucho más, al punto de ser trasladado por el aire: era un hombre importante. Sin caer en la cuenta, claro, de que esa importancia estaba indefectiblemente ligada a mí, a mis necesidades, a mi vida. Después de alguno de esos descensos mágicos, me llamó, hizo saltar los seguros de su maletín y me entregó, como regalo, el libro Ella de H. Rider Haggard; tapas duras color amarillo, colección Robin Hood, editorial Acme. La ficción llegaba envuelta en un cuento familiar, en una otra ficción ad-hoc para mí, en una ofrenda narrativa. Y, de otro modo, un legado: ese era su libro favorito de aventuras, el que más le había gustado cuando niño, casi a la misma edad que yo tenía cuando me lo regaló. Fue la llave que abrió la puerta de otros relatos: De la Tierra a la Luna, 20.000 leguas de un viaje submarino, Viaje al centro de la Tierra, por sólo nombrar a quien en mi infancia fue el referente esencial de la ciencia ficción: Julio Verne. Aún muerto, no había mejor que él. Como un Gardel literario, cada día escribía mejor. Así me interné en las vísceras del Nautilus, junto al Capitán Nemo y su tripulación; excavé hasta dar con cuevas donde aún vivían animales prehistóricos; trepé al cohete espacial que me llevaría a la Luna. Si Leonardo Da Vinci había diseñado el futuro, Verne lo ponía en palabras accesibles para un niño como yo que, sentado en un sillón, metido en la cama, tirado en el patio boca arriba, era atravesado por esas historias y me preparaba para el futuro.

No creo que fuera mera casualidad el que, junto a uno de mis hermanos, diseñáramos una máquina para excavar y llegar al centro del planeta. Si bien fue una obra de ingeniería infantil que no pasó de un par de planos desprolijos con tornillos pegados a su superficie con cinta adhesiva, el proyecto no carecía ni de seriedad ni de una sensación indiscutible de posibilidad de concreción. Pensado a la distancia, era la única proeza verniana no realizada: el primer submarino construido fue bautizado Nautilus en honor al Nautilus literario; con mis propios ojos vi la (hoy cuestionada en su veracidad) primera caminata humana sobre la superficie lunar. Sólo restaba llegar al centro de la Tierra para dar un cierre completo al sustantivo vuelto adjetivo con que me fue presentado don Julio Verne: visionario. Los japoneses se están encargando de una forma menos aventurada de acercarse al objetivo en 2007 con su barco taladrador Chikyu que llegará a los 11.000 metros de profundidad. Pero para mí, la imposibilidad de esa construcción me permitió otra atravesada por las palabras, construida por y con las palabras; como los relatos de mi abuelo, como los relatos de mi abuela por las noches antes de dormir.

Ese fue el germen de una idea: no hay mejor antídoto para los horrores del futuro que la ciencia ficción. Lo que como lector me construía como escritor también me preparaba para ver concretarse las "premoniciones" (siempre après-coup) de los visionarios. El barco Chikyu, la clonación de la oveja Dolly, la replicación de embriones sin sistema nervioso para ser usados como reserva para transplantes de células madre, el avance de la robótica, de la nanotecnología, la inmediatez del dato, la amplitud de la Web no son sino los rastros visibles de la inmensa babosa de la historia en el filo de la navaja. Si aquello impensable como concreto (incluso al punto de proceder al descrédito del valor literario de una obra futurista) surcó el fondo del mar, trepó al espacio hasta dar con la Luna, está excavando para penetrar 11.000 metros por debajo de la superficie del planeta, entonces otros futuros son posibles. Habrá que ver cuál de los futuros que nos han inoculado prenderá en el cuerpo social hasta convertir la ciencia ficción en registro de la historia. Y saber cómo vivir con/en/a pesar de ese futuro.

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miércoles, 26 de marzo de 2008

Los viajes de Antonio de Pigafetta

Primer viaje: de la literatura a la historia

Hubo una vez un libro: el diario de viajes de Antonio de Pigafetta, el cronista de la primera vuelta alrededor del mundo que dio el hombre; viaje iniciado por Fernando de Magallanes, quien murió en el trayecto, y concluido por Sebastián Elcano. Una proeza, una aventura en el más estricto y vívido sentido del término. Un acontecimiento que marcó un hito, un punto de inflexión en la historia del mundo. El puñado de 18 hombres que sobrevivió a la travesía de tres años transformó en realidad el viaje iniciático por excelencia. Podría decirse que fue la concreción, la traducción a dato histórico, de lo que hasta ese entonces sólo podía ser ficcionalizado y tibiamente demostrado: un mundo redondo, un sinfín. El viaje alrededor del mundo le entregó su cuerpo a la literatura, le agregó un espesor. Precisamente porque el registro de ese viaje fue un registro escrito; una bitácora que se transformó en libro: Relazione del primo viaggio intorno al mondo. Ese protoviaje (el primero) que el hombre construyó en -y con- lo real, estuvo sostenido en varios otros que dan testimonio de un recorrido, de la transformación del viajero; transformación de la posición subjetiva que constituye, a su vez, otro protoviaje que lo antecede: el original; mítico y fundante. Dicho de otro modo, el de Pigafetta y compañía fue un viaje posible por el simple hecho de haber sido concebido -en otras épocas y por otros hombres- como posible. Si un valor agregado tiene la concepción literaria en la lectura del mundo (y en un sentido clasicista de producto de la inspiración divina) es asegurar el retorno al Origen perdido.

Una de las referencias literarias preexistentes al viaje de Magallanes es La Odisea, donde Homero narra/poetiza el viaje de Ulises en un tiempo y una geografía míticos. En el canto homérico se suceden hechos fantásticos en geografías terrestres: intervenciones y metamorfosis divinas, hiperbóreos, cíclopes, sirenas, venganzas, lealtades, batallas, traiciones. La tripulación de la nao Trinidad y su flota se enfrentó a situaciones tan inverosímiles, tan fuera del registro simbólico de los marinos como los dioses del Olimpo: los habitantes originarios de los lugares más recónditos del mundo; caníbales; mitos, leyendas y costumbres; animales desconocidos; geografías fuera del alcance de la imaginación; otros valores de intercambio. En síntesis, otra economía. Ese viaje por el mar, hacia Troya es, en definitiva, un viaje hacia Helena, secuestrada por Paris; un viaje desde la pérdida; el cuerpo enfrentando la vicisitud impuesta por el deseo. Lo que lo une definitivamente a la aventura registrada por el escriba de la nave de Magallanes.



Segundo viaje: de la historia a la literatura

A lo largo de la historia de la literatura, el viaje mítico/original, tamizado por la realización empírica de la vuelta al mundo y su registro histórico, fue abordado con mayor o menor precisión por distintos autores. El que los abarca y sintetiza, es Ishmael, el personaje narrador de la fabulosa Moby Dick o la ballena blanca de Herman Melville. Es el testigo necesario. La piedra fundamental de la transmisión/narración. Como Antonio de Pigafetta, su misión no es sólo protagonizar: también es dar testimonio del recorrido a través de la propia transformación del sujeto-personaje. En síntesis: el viaje, al final del recorrido, no es otra cosa que lo que se dice de él.

Y es en la ficción donde se inscribe la más significativa influencia de Antonio de Pigafetta en la literatura: desembarca en Sevilla el 8 de septiembre de 1522 cuando, según su diario, era el 7 de septiembre. Algo en la lógica del tiempo se rompe. El registro clásico de la travesía se cuestiona, se pone en duda. Pigafetta revisa su diario minuciosamente porque ha perdido un día. Otro camino comienza: la resignificación, la pérdida, hacen evidente la imposibilidad de la palabra. No hay explicaciones porque no hay ruptura entre lo escrito en la bitácora y lo vivido por la tripulación: en ambos registros (la vida y la literatura) se esfumaron, imprevista y simultáneamente, 24 horas. La explicación que recibió el hecho por parte de los astrónomos de la corte del Papa fue similar a la que utilizó Julio Verne para explicar el día de diferencia entre el arribo real y el previsto en La vuelta al mundo en 80 días. Entonces lo dicho y lo escrito intervienen como un bálsamo; como el transporte a la tranquilidad necesaria. Calma tramposa que esconde un ruptura fundamental por la cual es posible el viaje de la literatura: las palabras son sólo ficciones que hablan de otras palabras.

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lunes, 24 de marzo de 2008

Seda

Alessandro Baricco
Anagrama - 1997


Seda se escapa de las generalidades a partir de torcer algunas cuestiones clásicas de la literatura romántica: un viaje a tierras exóticas, un erotismo contenido, amor/pasión a primera vista, silencio. Es precisamente en lo que representa esta última palabra donde reside la mayor potencia de esta historia que se sostiene en el estilo conciso, con precisos y preciosos trazos poéticos de la pluma de Baricco, en la solvencia de la trama, en la construcción del relato. Es más la tensión que subyace a las palabras, como ríos subterráneos del texto, que lo que éstas expresan y exponen en la escritura. La elección del siglo XIX como momento histórico; la compra de gusanos de seda en Japón como hilo narrativo; el encuentro que despierta en su protagonista, Hervé Joncour, una pasión abrasadora por una mujer enigmática, fuera de lo esperable en un contexto tan poco apto para el amor y el erotismo, inaccesible y prohibida; una esposa que lo sorprende, aún después de muerta, trocando su aparente sometimiento en una dimensión real de lo erótico; son los elementos con los que Baricco construye un tejido cargado de silencios densos y reveladores. Es en esos instersticios de la historia, en esas grietas que se llenan de los misterios de la pasión, donde el lector se pregunta, supone, descubre y devela sus propias inquietudes sobre la esencia de lo que lee. Coincidiendo con las palabras del autor: "todas las historias tienen su música" y "...cuando la tocan bien, es como oír tocar el silencio". De eso se trata Seda, una historia, ni novela, ni cuento. Mucho más que eso. Algo más que una historia de amor.

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viernes, 21 de marzo de 2008

Fragmentos de un discurso policial noir

La tarjeta negra con letras blancas, simulando el trazo desparejo de una máquina de escribir, contenía una máxima implacable: "Traiganme a un hombre al que no le gusten las novelas policiales y les demostraré que es un idiota. Un idiota inteligente, quizas; pero un idiota de todos modos..." El recuerdo insiste en que esas líneas le corresponden, ni más ni menos, que a Dashiell Hammett, uno de los padres del policial negro, que forjó su estilo en base a la denuncia social, apuntando a la corrupción del poder. Si se suponen válidas esas palabras, vale deducir que la escritura de una novela policial -que se jacte de tal- es por fuera de la idiotez. Si algo de eso apuntala un estilo refinado aún en el propio barro, esas palabras anticiparon un fenómeno: dos brillantes textos, que son algo más que historias de amor, escritos por reconocidos urdidores de novelas policiales.

Bernhard Schlink teje, en El lector, una relación sexual/amorosa entre un joven y una mujer adulta. Mujer que devendrá en nazi, joven que devendrá en hombre testigo de su juicio sumario. Henning Mankell trama una bellísima historia de amor con unos personajes inolvidables: Zapatos italianos. Se puede adjudicar la precisión del discurso de ambas novelas a sus raíces en el género policial; a una pluma acostumbrada a los modos de la tensión del relato, a los desvíos y los señuelos, a la sorpresa. Dos novelas que tienen una riqueza adicional, un bonus track: cada cual a su modo, rescata la figura del detective del policial negro. Pertenencia que exime de hacer una enumeración de virtudes y defectos del personaje en cuestión; personaje clásico que escapa permanentemente del lugar común, de los puntos de contacto con otros colegas literarios y que, sin mebargo, responden a un modus vivendi imposible de soslayar. Ambas están narradas en primera persona, línea directa al gran Phillip Marlowe de El largo adiós. Los personajes masculinos de las novelas de Schlink y Mankell sufren, descubren, persiguen, deducen, admiran, vigilan, desesperan, son golpeados, improvisan... Abren el realto al lector y muestran los hilos con los que arman la tela de la narración. Trabajan en el punto fino, en los bordes sin asperezas pero de una dureza extrema y una inusual ternura. Ambos tienen una mujer que en algún punto les es imposible. Ambos saben de ese amor, saben de esa imposibilidad y la aceptan, ponen el cuerpo. Esas mujeres son sus heroínas oscuras, sus enigmas a resolver. Enigmas que no pueden faltarle a quien, minuciosa, torpe y arriesgadamente hará lo posible por resolverlos. La literatura, agradecida.

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martes, 18 de marzo de 2008

The The - Dusk

Epic - 1992


Quinto disco de esta banda mutante liderada por Matt Johnson, alma mater y único sobreviviente desde los inicios allá por 1979. Con colaboradores de la talla de Vinnie Colaiuta (baterista de Zappa y Sting) y Johnny Marr (guitarrista de The Smiths), sl señor Johnson consigue trazar un disco poderoso, oscuro y con ribetes de cierto júbilo, lejano a la esperanza. Dusk tiene un comienzo fabuloso: una fritura de viejo disco de vinilo, voces y risas que son la punta del iceberg de uno de los mejores temas que ha dado el pop británico en los comienzos de los '90. ¿Exageración? Quizas... Pero la potencia de True Happiness This Way Lies hace que quien lo escucha tenga ganas de seguir hasta el fin. Viaje sumamente recomendable por uno de los mejores discos que ha dado esta banda británica conceptualmente antecesora a los geniales Massive Attack.


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Calle 54

EE.UU. - 2000
Dirigida por Fernando Trueba
Con Bebo y Chucho Valdés, Eliane Elías, Jerry González, Gato Barbieri, Paquito D'Rivera, Michel Camilo y otros


Es dificil no referir a las propias palabras del director de la película cuando la ha definido de un modo tan categórico como preciso: Calle 54 es una película sobre la música. Y agrego: desde la música, en la música. Filmada en los Sony Music Studios de Nueva York, sitos en la calle 54 a la que refiere el nombre de la película, Trueba dispone de la cámara para retratar de un modo innovador la ejecución musical en fílmico. No interfiere en el lenguaje musical, no lo acompaña: es la imagen de la música. Tumbadoras vistas desde el cielo, teclas de piano y dedos que percuten sobre ellos, brillos de instrumentos de vientos, flares de luces, gestos, caras, sudores, todo parece entrar en danza con lo que Trueba se propuso como finalidad: devolverle al latin jazz (tal la etiqueta que envuelve a los músicos participantes y su elección estética) algo de lo que el latin jazz le dio a su vida. No caprichosamente abre el film la música trepidante, el ejército de sonidos de Paquito D'Rivera: fue por un disco suyo, Paquito D’Rivera Blowin', que el director español tomó contacto con esta parcela del jazz, con esta inyección de ritmos y lenguaje musical latino a uno de los más refinados y sólidos géneros musicales contemporáneos que, a fuerza de propios méritos, ya se ha erigido como música clásica.

Por fuera de las controversias y disputas con Buena Vista Social Club, la película de Wim Wnders y Ry Cooder, contemporánea a la de Trueba; más allá del marco acotado de un género musical; por sobre la elección (siempre reduccionista) del director en base a su propio gusto musical, a sus favoritos dentro del latin jazz, Calle 54 es una película con todas las de la ley, con un ajustado timming y que provoca unas extrañas ganas de aplaudir en cada nota en la que concluye cada uno de los temas que la componen como si uno hubiera estado ahí, en los mismísimos estudios, a solas con esos monstruos que, más que provocar susto, provocan una admiración y una afinidad como pocas veces sucede en la vida.

Bonus tracks:




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El baile

Irène Némirovsky
Salamandra - 2006


Reeditada en español a más de 3/4 de siglo de su primera traducción y al amparo del premio post-mortem concedido a la escritora por su novela Suite francesa a 52 años de ser asesinada en Auschwitz, El baile es un profundo y contundente relato bajo la apariencia de una situación cotidiana típica: la tensión en la relación familiar, con el condimento de la distancia explícita entre padres e hijos con forma de crianza en el encierro y el desapego característicos de los principios del siglo XX. A medida que el lector se deja llevar por la pluma ágil e incisiva de Némirovsky, la aparentemente simple trama cotidiana deja expuestos los mecanismos de represión en el núcleo de La Sociedad; lo que se arrastra como una genética familiar aún cuando el azar provoca un giro en apariencia beneficioso en la vida (una fortuna inesperada producto de un movimiento en la bolsa de acciones, en este caso); las frustraciones y la diferencia entre ser espectador (asumir el rol impuesto) o actuar tomando el control (subvertir el orden establecido). La autora hace uso de la vida de Antoinette Kampf para ir por un camino muy distinto al de los relatos iniciáticos: no hay una penetración del mundo adulto en el mundo adolescente como signo de un crecimiento sino un acto del mundo adolescente que, mediante la venganza y la humillación a sus mayores, reubica ese mundo adulto que la expulsa, la niega, la cercena y la recluye. En El baile, la venganza está ligada a la curiosidad sexual de la adolescente Antoinette: es consumada en el momento en que su institutriz se queda de arrumacos con su amante mientras a la jovencita le es encargado el destino del baile que organizaron sus padres. Ese enfrentamiento frontal, esa ruptura con el destino trágico (tan inesperada como el azar pero que se escapa a su lógica por ser acto) parece ir a contramano de la vida de Némirovsky quien escapó de la revolución rusa de 1917 por su condición de aristócrata pero que fue asesinada por los nazis por su condición de judía. El baile es un escrito de una lectura rápida y efectiva como un golpe bien asestado.

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jueves, 13 de marzo de 2008

Las correcciones

Jonathan Franzen
Seix Barral, 2004


Si hubiera que evaluar a Jonathan Franzen por esta novela podría afirmarse que es un escritor de una pluma sólida, exhuberante, cargada de un humor ácido, clacisismo y una precisión inusual; afirmación que puede apoyarse en una traducción a la que casi no se le notan los hilos maníqueos del viejo lema freudiano traduttore tradittore. En Las correcciones, Franzen expone la vida de una ¿prototípica? familia estadounidense contemporánea y escapa de la tan valorada coralidad a partir de la construcción del relato desde la individualidad de los integrantes de una familia: más que coreutas, Los Lambert son los componentes -rápidamente identificables- de una maquinaria que, a pesar de lo patético de lo que produce, funciona a la perfección. La familia presta a sus integrantes/personajes para construir una historia que no los aúna, incluso que los fragmenta y los expulsa del seno familiar, pero que a su vez los hace formar parte de un destino indivisible, inexorable de la novela familiar.

En el por momentos demasiado extenso relato, quedan expuestas las llagas de las vidas de los integrantes de la familia apenas encubierta por algo parecido a la caridad por el personaje de Enid, la madre y esposa abnegada, terca y ciega a todo aquello que no revista un aura de felicidad y unión imposible para esos personajes disjuntos. A medida que la novela avanza, se profundiza el patetismo, se agravan las enfermedades, se descalabra la puesta en escena, aparece la purulencia que pretende ser encubierta: se devela la mugre almacenada bajo la alfombra del bienpensar. No es de lo más importante el destino -en el sentido de la commedia-de cada uno de los Lambert: es en el tránsito hacia ese destino donde reside la riqueza del relato; dejando al descubierto la superficialidad del contacto entre los componentes de la maquinaria familiar. Aparecen el reclamo, los desaires, las limitaciones, las imposibilidades. Aún a pesar de su título, esta novela no provee de un final correctivo para ninguno de los personajes. Mutan, es cierto. Atraviesan experiencias que los modifican, los alteran e, incluso, los adulteran .

Las correcciones puede parecer pretensiosa en cuanto al espectro que pretende abarcar y extensa, más allá de lo digerible y tolerable. Como producto estético, Franzen hace una apuesta arriesgada, al borde de la macchietta, y sale de ella con los bolsillos colmados de una novela que puede leerse como una radiografía de las aspiraciones yanquis previas a los atentados del 11 de septiembre de 2001.

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jueves, 6 de marzo de 2008

Eddie Vedder - Into the Wild

J Records - 2007


La banda de sonido de Into the Wild, la película dirigida por Sean Penn se constituyó en el primer álbum solista del líder de Pearl Jam, banda ícono del grunge de los '90. Eddie Vedder pone al servicio de la narración de una historia su voz, las letras (a excepción de dos covers) y un sonido folk que hace que el oyente se deslice por carreteras imaginarias. Usa, con precisión y delicadeza, un sonido parejo pero a la vez de una complejidad de matices que lo hacen aparecer como la paleta con la que Vedder pinta su discurso sobre la historia que su amigo Sean Penn narra. La melancolía, la tristeza, la euforia, la calma y todo un conjunto de sensaciones se agolpan en canciones efímeras y concisas, en pequeñas perlas enhebradas que muchas veces se parecen a esos bocados que, aún en su brevedad, permanecen en el paladar como un grato recuerdo.


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