lunes, 26 de marzo de 2007

Amos Lee - Amos Lee

Blue Note Records - 2005

De algún modo llegó. Y encajó peferctamente en ese borde oscuro donde el soul roza con la FM. La voz de Amos vibrando -como podría haberse escuchado en un equipo JVC monoaural con televisor en blanco y negro- para poner terciopelo sobre una música serena, compacta, ajustada. Lo escucho y no puedo dejar de imaginar la silueta de mi mujer a la luz tenue de unas velas, la charla distendida: todo fluye. El disco acompaña y, si uno lo permite, lleva por caminos sin sobresaltos. Incluso cuando el funk nos hace mover el pie y la cabeza asegurando que el tal Amos sabe hacer las cosas bien. Es probable que al finalizar la escucha la sensación de que la felicidad es posible invada a un alma oscura. A no desesperar, el efecto Lee desaparece sin dejar resaca. Como el buen vino.


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martes, 13 de marzo de 2007

Almas muertas

Almas muertas
Nicolai Gogol
Clipper - 1947


Lo primero que vi cuando lo abrí fue el precio, dibujado a lápiz en el ángulo superior derecho: 800 australes. Es uno de los pocos sobrevivientes del puesto de libros que tuve en el parque Rivadavia. Lo encontré una tarde, en otro parque, en el puesto de otro librero que me hizo un precio preferencial por el contenido de unas cajas olvidadas bajo el mostrador. Siempre he sido muy paciente con libros a los que no he leido pero que llevo conmigo, mudanza a mudanza, circunstancia a circunstancia. Almas muertas me acompañó, en esa antinatural -para un libro- situación de no lectura durante 17 años. Hasta que leí una cita de Tolstoi en la que decía que esta novela era, a su criterio, una de las grandes obras de la literatura universal. Apenas pasadas las primeras páginas, caí en la cuenta de que, de algún modo, su título había atentado contra mis ganas de leerla. Esperaba una novela sombría, una narración apretada, floreada de palabras, barroca. Me encontré con una narración ágil, plagada de giros y contragiros interesantísimos, moderna por donde se la lea, inteligente y clásica. Las apelaciones al lector, la inclusión del escritor ya no como ojo omnipresente sino como un narrador heredado de la transmisión oral. Podría llenar la página de rerferencias (desde la metanarración: "La obra era representada por Pepe Pepinov y Pepa Pepovna. Los otros actores eran aún más desconocidos" hasta la conversión de la relación lector-escritor en un todo "¿Qué será de nuestro personaje?"), pero no hay nada como internarse en la prosa de Gogol y su maravilloso transcurrir. Quizás clasicismo sea leer las palabras escritas hace un siglo y medio y mirar alrededor y ver un mundo en el cual no falta un Chichikov que busca comprar almas muertas.

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miércoles, 7 de marzo de 2007

Screaming Headless Torsos - 1995

Fuzelicious Morsels - 1995


Screaming Headless Torsos es una de las excursiones musicales de ese enloquecido sujeto llamado David Fiuczynski, cosa que desconocía en la primera escucha. Sin embargo, la esencia de su arte me produjo exactamente lo mismo que cuando escuché su producción solista Jazzpunk: no pude llegar al último tema sin tener la sensación de haber metido la cabeza adentro de una licuadora. Esto no quita el haber quedado maravillado con muchos de los pasajes de un disco que no tiene la pretensión del agrado sino las huellas de un auténtico acto creativo sin conseciones a la oreja ajena. Todo enmarcado en el respeto por la música producida y el cuidado del sonido. 1995 se transforma en una invitación a uno de esos viajes que terminan con algo de aturdimiento, un jetlag estético. Un disco con el que no se podrá trepar a los charts ni escuchar en la FM pero que tiene el valor de esos vértigos que producen las montañas rusas del sonido.


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martes, 6 de marzo de 2007

Riquelme vs. los Sea Monkeys

Boca Juniors perdía 3 a 0 y el partido se deslizaba hacia el final. La voz en la radio describía el andar de Riquelme sobre el césped con una duda: ¿cansancio o desidia? El tipo, sentado cómodamente a la sombra en aquel domingo infernal, dijo que cansancio no podía ser. Los automóviles estaban detenidos por la barrera baja. Nadie tocaba bocina, nadie tamborileaba los dedos en la puerta, nadie acomodaba -una y otra vez- el espejito retrovisor, nadie parecía estar apurado. La pregunta llegó como un rayo: ¿desde cuándo había empezado, para mí, la idea de un mudo cada vez más vertiginoso, seducido por la velocidad? En lo primero que pensé fue en los Sea Monkeys. No solamente pensé: recordé la tarde en que recorrí 30 km en tren para adquirir mi respectivo set de vida instantánea en la galería Harrod's. Esa noche, sin saberlo, entraba en mí la idea de que lo veloz es deseable, incluso, por sobre lo estético. Lo que hizo el tipo, sentado cómodamente a la sombra en aquel domingo infernal, no fue solamente creer en la disyuntiva del locutor radial, sino opinar que lo que le pasa a Riquelme no tiene que ver con un momento de declive físico por el cansancio, sino aseverar que su problema es la lentitud. Poco importa la sutileza, la belleza, la pausa y la reflexión, el toque profundo, el movimiento preciso: si no es veloz no es bueno.
Como buen muchacho pasando de la niñez a la adolescencia, preparé la pecera, puse el agua, seguí las instrucciones y volqué el primer sobre en el interior del recipiente de vidrio. Esperar. Tenía que esperar hasta el día siguiente para que el preparado para purificar el agua hiciera efecto. Las horas de la noche, en comparación con esa inmediatez, me resultaron una digna representación de un modo de la eternidad. Los Sea Monkeys no sólo eran instantáneos. También eran amaestrables, simpáticos, divertidos y los más inteligentes crustáceos del mundo. Quizás el paso de las horas, lentas como Riquelme, y la oscuridad de la noche me hicieran navegar en el sopor donde un mundo de felices Sea Monkeys danzaban en el agua con la gracia de Esther Williams. A la mañana, salté de la cama, vi el agua purificada y un aire de beatitud impregnó el ambiente, mi propia habitación, donde iba a oficiar de dios para decir hágase la vida y que la vida se hiciera. No fue tirar huevos y hacer Sea Monkeys, pero a los pocos segundos unos puntos blancos empezaron a hacer su aparición. Diminutos, sin caras alegres, ni brazos, ni forma de caballito de mar, sino un vulgar punto blanco, una farsa, una decepción. Al día siguiente, estaban casi todos muertos. Eso daba por tierra mi plan de ser un gran criador de bichos instantáneos llegados en bolsitas selladas desde los mismísimos Estados Unidos. Esa primera decepción de lo inmediato en relación al futuro no hizo más que indicarme -en su lectura après-coup como gusta decir mi dama- que debía desconfiar de lo hiperveloz, de lo que no deja lugar a la reflexión, de lo que celebra el atributo de la velocidad por sobre todos los demás.
En este mundo en que apenas se atisba el elogio de la reflexión y la contemplación, el ocio creador, por sobre la vorágine de la hiperinformación, me quedo con Riquelme y su lentitud estética, con su respeto y su buen trato para con lo que constituye la razón de su vida. Y es de esperar verlo en algún sueño, haciendo goles con todos y cada uno de los fallidos Sea Monkeys de la historia. O dicho de otro modo, poder saltar el abismo que hay entre "está lento" y "es talento".

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lunes, 5 de marzo de 2007

Jack Johnson - In Between Dreams

Universal - 2005

Hay crestas de la ola y crestas de la ola. Unas son usadas como metáfora del punto más alto al que alguien puede llegar con algo. Por otro están esas crestas de las olas reales, las que los muchachos como Jack trepan con sus tablas de surf. Uno, desde afuera, los ve deslizarse plácidamente sin sentir -uno mismo- la tensión del músculo, la fuerza del mar, la sutileza del equilibrio. Así como se perpetúa en imágenes una buena cabalgata en la cresta de una ola, sin rispideces ni caídas, transcurre la escucha de In between dreams. Buena compañía, oído relajado, precisión y poca parafernalia. Una sencillez que, en base a buenas melodías, me dan unas tremendas ganas de volver a la posada de Praia do Rosa en que lo escuché por primera vez, desayunando en compañía de mi amada, preludio de playa, sol, mar y amar.


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viernes, 2 de marzo de 2007

The information - Beck

Interscope Records - 2005



The information empieza con el señorito Beck diciendole a su banda "One, two, you know what to do" porque él sabe que saben qué hacer. De allí en más el blondo y burbujeante californiano y sus amigos dibujan un disco que tiene todo lo que una obra de Beck tiene que tener: canciones que giran mágicamente; comienzos que amagan hacia un lado y salen hacia el otro como un buen número 10 en la cancha y en la traza de su primer álbum comercialmente conocido: Odelay; finales enroscados que se pierden, confunden, hacen ruido; y talento, mucho talento. Con tal principio, uno no puede dejar de pensar en The Information como una gran ironía musical del tiempo hiperveloz, hiperinformado. Un canto sobre el desgaste de la robotización de la estética, de la necesidad del mercado de reducir la vida a la velocidad con que se la viva: la superposición rítmica como forma del vértigo en 1000BPM; BPM, acrónimo de bits per minute que define tanto a un parámetro en la música como para los latidos del corazón.

El gran comienzo con Elevator music toma, en lo nominal, el concepto de música para shoppings, celulares y ascensores (liviana, blanda, sin riesgo), pero el mago Beck lo convierte en una parodia que lo aleja de la experimentación estética de Brian Eno en su Ambient1/Music for Airports. No sentía impacto similar en el primer corte de uno de sus discos desde que, caminando por la calle, me puse los auriculares, apreté play y en mis oídos comenzó a sonar Cold Brains, puntapié de esa maravilla llamada Mutations. The information es una extraña perla en el collar que la dupla Beck/Godrich está produciendo. Los íntimos e intimistas Mutations y Sea changes fueron puntos de inflexión, cambios, búsquedas en el camino del músico. Esta última producción suena más a esencia Beck metiéndose en la piel del productor. Para el californiano ha pasado ese manotazo de ahogado que fue Güero (receta remanida, intento de reaseguro de una fórmula exitosa anterior; como esos escritores que, presionados por el contrato editorial, rescatan cuadernos rojos, biografías imposibles, pecados narrativos juveniles) paa darle paso a la rectificación del camino, a una apuesta renovada y redoblada: ese es el sonido de The information.


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