domingo, 30 de diciembre de 2007

Cuentistas argentinos

Jorge Horacio Becco
Ediciones Culturales Argentinas - 1961


Cuentistas argentinos es uno de esos libros que permaneció años en la biblioteca hasta ser leído. Nacido en el marco de las celebraciones de los 150 años de la Revolución de Mayo (y financiado por una Comisión Nacional Ejecutiva creada ad hoc), durante el gobierno de Frondizi, reúne una serie de textos que incluyen clásicos de la narrativa argentina hasta sorprendentes escritores que en la actualidad nadie recuerda. Este libro es una buena oportunidad para:

a) reencontrarse o descubrir autores, de bucear en los alrededores de los comienzos de una narrativa argentina, ligada a la imagen de lo gauchesco que, en lo personal, me abre un prejuicio de aburrimiento, macchieta y desazón militante. El resultado: quedar gratamente sorprendido: junto a los tanques gauchescos como Payró, Lynch, Güiraldes y a la luz de la oscuridad de Horacio Quiroga, aparecen dos nombres: Atilio Chiáppori y Mateo Booz, introduciendo un género que coparía, más adelante, algunas páginas gloriosas de las letras de este rincón del mundo: el policial.

b) dar un brinco con el cambio de perspectiva: el asomarse de la ciudad acortando el horizonte visible, poniendo al hombre en otro momento de las relaciones entre las clases, muy cerca del retrato intimista (y que dio paso al montón -es decir, de lo que no se destaca como una perla en el barro-, siempre al borde de lo pintoresco, del mural social). Para ponerse a conseguirlo de algún modo: El dueño del incendio, de Guillermo Guerrero Estrella.

c) ser testigo lector del modo en que el estilo se fragmenta, en consonancia con lo fragmentario del cuento, y se produce una explosión de esquirlas que combinan el surrealismo casi grotesco y kistch de Conrado Nalé Roxlo, el revival gauchesco de Gudiño Kramer, la potencia arrolladora de Ezequiel Martínez Estrada ( y su magnífico El sueño), el cross a la mandíbula de don Roberto Artl y, como era de esperar en esta explosión fundante, la pluma tan afilada como maestra de Borges. Dicho en otras palabras, asistir al Big Bang de la literatura argentina contemporánea.

d) caer en la cuenta de que se llega al final del libro y recién allí, firmando uno de los cuentos aparece el nombre de una mujer. Esta actualidad de narrativa escrita por mujeres al tope de todos los charts del mercado literario, relanza la perspectiva de Cuentistas argentinos ubicándolo -definitivamente- en otro momento (cronológico y lógico) de la historia. El objeto libro ha tomado otra dimensión con el paso de los años y hace aparecer una pregunta: ¿hubo una literatura femenina en los albores de la literatura fuera de este registro oficial? El cuento que marca la falta de otros nombres femeninos en la lista que lo antecede es una maravilla: Tiempo, de Carmen Gándara, condensa la riqueza de la historia narrativa, una suerte de genética literaria, con la agudeza de la ciencia ficción y la modernidad para producir una máquina narrativa deliciosa y perfecta.

e) llegar a la recta final en la que se encuentran Silvina Ocampo, Mallea, Anderson Imbert y Bioy Casares con la sensación de haber dado un paseo con todo lo que implica: paisajes conocidos y reconfortantes; momentos de aburrimiento e incomodidad; sorpresa; ganas de seguir, aunque más no sea de tanto en tanto, recorriendo el camino, capturando lo nuevo por más que hayan pasado muchos, muchos años.

A favor de Jorge Horacio Becco: lo que mejor habla de su trabajo es lo poco que se nota. En contra de Jorge Horacio Becco: por más nacimiento en Bruselas, Julio Cortázar ya había publicado, al momento de la edición de Cuentistas argentinos, Bestiario, Final del Juego y Las armas secretas.

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viernes, 28 de diciembre de 2007

Monstruos (versión verano)

En el llamado año sin verano se sucedieron unas noches míticas para la literatura moderna de ficción: en el mes de junio tuvo lugar el encuentro de Percy y Mary Shelley, John Polidori y Lord Byron, en Villa Diadoti, Suiza. En esas noches de 1816 (plasmadas de modo desparejo por Ken Russell en Gothic, 170 años después) comenzó la gestación de dos íconos del género de terror moderno: Frankenstein o el moderno Prometeo (publicada en 1818) en Mary Shelley; El vampiro (publicada en 1819) en el doctor John Polidori. Esta última, es la primera traza de esa fabulosa novela epistolar que es el Drácula de Bram Stoker escrita en 1897; cumbre y resumen de todos los vampiros de la historia. De allí en más, ambas criaturas recorrerán caminos similares y pasarán de ser los referentes de un terror gótico y romántico, ligado a las preguntas más profundas del ser humano, a licuarse en un otro terror, en un horror per se en el que se abandonaron tanto las reflexiones sobre el sentido de la vida, la relación con el padre como representante de los Otros, el cuestionamiento a dios, presentes en Frankenstein; como el poder, la sangre, la noche como metáfora de lo prohibido y el erotismo bajo presión de Drácula. La razón de ser de los monstruos mutó de interrogante a una simple herramienta del terror que acunaron y albergaron el miedo a lo extraño, a lo distinto y, por extensión, a lo extranjero a partir de sus versiones cinematográficas más populares: Frankenstein, de James Whale, y Drácula de Tod Browning, ambas filmadas en el año 1931. No es casual la torsión: ambas versiones ven la luz a posteriori de la debacle económica de EE.UU. de 1929, simbolizada en la estrepitosa caída de la Bolsa de Valores. Era un mundo entre dos guerras mundiales, era el mundo que estaba pariendo al III Reich; era el mundo occidental amenazado por el avance del comunismo, de la mano del Pepe Stalin.

Había enemigos, sólo hacía falta hacerle saber a la gente cuán temible es el Mal Supremo, enseñarles lo que se puede sentir en presencia de aberraciones de la Naturaleza. Fueren cuales fueren esas aberraciones: políticas, sexuales, morales, raciales y demás. Era necesario comenzar a inculcar el miedo para poder crear a los superhéroes. En ese contexto, el doctor Víctor Frankenstein pasó de ser un científico brillante que ansiaba dominar los secretos de la transformación de la materia muerta en vida a ser un científico loco que deseaba ser dios y conquistar el mundo. Y un poco más allá: se suprimió la duda sobre el concepto de dios (en tanto exclusivo creador de seres vivos a partir de la materia inerte: el barro mítico) para dar paso a una irracional ambición de ser dios: el Mal tomando por asalto el lugar del Bien. En perspectiva del movimiento novela→película, esto construye una paradoja: en el film se le otorga al científico ser aquello cuya existencia cuestiona en la novela.

Algo similar ocurre con la innominada criatura: se lo vacía del contenido más profundo respecto de su ser, de para qué fue creado, de los retazos humanos que lo componen, del abandono que sufre de parte de su creador que no se reconoce como padre, para limitarse a odiar a la Humanidad toda. Conclusión de un camino que, por cierto, es mucho más complejo en la novela y que se constituye como un insoslayable y perverso llamado de atención para su creador. De hecho, ni creador ni criatura mueren en un castillo en llamas, sino que el primero persigue al segundo en una irracional carrera hacia el Polo Norte, el único lugar en el que estar, permanecer, durar, lejos de todo y de todos. El núcleo temático de Frankenstein no era ni es sencillo: podría pensarse como pasible de ser leído desde distintas perspectivas. Abre interrogantes, muchos, que quedan -afortunadamente- sin respuesta. Podría, incluso, pensarse hasta la tan discutida eutanasia: ¿es humanamente ético resistir a la muerte, hacer volver de ella a un hombre, aún al alto costo de convertirlo en un monstruo?

Pero en 1931, EE.UU. no necesitaba preguntas: pasó el rasero por ellas, las aplastó. Y ese vaciamiento le llegó al conde de los Cárpatos para ser reducido a la categoría de principal eslabón de una cadena de chupasangres, cuyo único fin es el de beber el vital líquido humano, salir volando por la ventana convertido en un vampiro y, obviamente, dominar el mundo. Aquí no hay creador, sin embargo, esa aberración cuasi inmortal (sólo un puñado de trucos ya bien sabidos puede cortar esa persistencia en el mundo de un muerto viviente) cuestiona, también, al concepto de dios: burla la ley natural, vuelve del Más Allá que es uno de los confines más lejanos de cualquier modo del lenguaje. Y le agrega un componente ausente, en el sentido más clásico y romántico del término, en la versión licuada del monstruo creado por Mary Shelley: el erotismo. Drácula se prende al cuello de las mujeres de los hombres de bien, las encanta en el sentido hipnótico del término, se las bebe, las posee hasta el final.

Esos monstruos, despojados de sus virtudes narrativas, fueron el caldo de cultivo de la necesidad de héroes que sirvieran de cimientos para la reconstrucción post-depresión del '29; llegando a su cumbre con Superman, nacido meses antes de la invasión alemana a Danzig en 1939, que daría inicio a la Segunda Guerra Mundial. Superhéroes que representaron la esperanza de vencer a otros monstruos, a los que asomaban en la realidad, algunos de los cuales resultaron peores que la criatura renacida de retazos humanos y el vampiro extranjero de la alta sociedad de Transilvania. La ficción, una vez más, se escapó de la realidad. Anticipo de esta realidad en la que se vive un fuego cruzado entre monstruos extranjeros y héroes locales; necesidad política en la que el héroe local muta en monstruo extranjero en otro lugar del mundo. Es hora de revisar la construcción de los héroes. Es hora de demoler algunos monstruos.

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miércoles, 26 de diciembre de 2007

Marxiano al ataque

Años atrás, el Narrador Que Quería Ser Poeta hacía gala de su militancia trostkista y pregonaba la democratización (en tanto poder popular) de los medios de producción que no podía ni debía evitarse. Sin embargo, el paso de los años llegó acompañado por un giro radical, valga la paradoja: la potencia democrática de la virtualidad (definida como la ausencia de un soporte físico y la fortaleza/debilidad del soporte lógico y binario) lo irrita al punto de defenestrar -aún con razón en cuanto a obscenidad que permite cualquier forma de anonimato- un soporte, un modo de producción en el cual no se depende de ningún otro poder que contar con mínimas herramientas al alcance de la mayoría: la publicación virtual, más precisamente el blog. No importa quién o quiénes hincaron su diente ponzoñoso (más o menos brillante, más o menos cierto, más o menos exitoso) en las palabras impresas del Narrador Que Quería Ser Poeta, provocando su ira. Pero ese abuso obsceno que trae aparejada la publicación virtual no la invalida; incluso, aunque la insondable extensión virtual atente contra la calidad de lo que se dice/escribe. Algo es neuróticamente seguro: si el único soporte de la escritura fuera el libro impreso (bastión comercial de la literatura contemporánea al margen de e-books y audiolibros) no existirían tantos francotiradores aficionados. Pero también es cierto que es un argumento infantil, caprichoso e inválido, anteponer la libertad de expresión actual o la ausencia de papel impreso como límite a la producción que merezca ser considerada literatura. El libro no garantiza al escritor, porque el prestigio de un soporte en particular no asegura el arte; del mismo modo que no todo lo impreso es literatura y no toda literatura está ceñida a la escritura. Descartar el acto literario por el soporte que lo sostiene no carece de necedad, intereses que cuidar y quintita que resguardar. Ray Bradbury planteaba la vuelta a la oralidad como resguardo del tesoro literario y salida del fuego arrasador de la represión del Estado dominante en Farenheit 451. La virtualidad no deja de ser una alternativa, un otro camino posible. En este contexto, la literatura -y la pertenencia o no de una producción intelectual a este modo de expresión- deberá ser juzgada en tanto acto de inscripción y cuestionamiento de los valores morales. Cualquier otro modo de acercamiento es empobrecerla.

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viernes, 21 de diciembre de 2007

Artistas varios - Power Of Soul : A Tribute To Jimi Hendrix

Experience Hendrix - 2004


Hay un fenómeno que parece estar llegando a la cresta de sus posibilidades: el retorno de bandas y músicos que hicieron historia, años después, a los escenarios. Para aquellos casos en que el precio a pagar (suponiendo que exista alguna suerte de paraíso) es la muerte, hay un camino más cercano, más fácil y menos riesgoso para el físico: el tributo en disco. Independientemente de otros tributos, que son aberraciones de un negocio que se extiende como una mancha de petróleo en el mar, Power Of Soul : A Tribute To Jimi Hendrix es una buena oportunidad para revisitar a Hendrix tamizado por el talento de Santana, Prince, Sting, Clapton, Kravitz, Chaka Khan, John Lee Hooker, George Clinton y Stevie Ray Vaughan, quienes encabezan la serie de artistas que extienden la garantía de lo que el disco es: una calibrada máquina sonora que respeta la esencia potente y arrolladora del gran guitarrista nacido en Seattle.


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martes, 4 de diciembre de 2007

The Breeders - Pod

Elektra - 1990


Un comienzo nada caprichoso: la presencia de la bajista y cantante, herencia directa de Pixies, hizo suponer una línea recta hacia la continuidad. Pero, aún conservando la esencia, la apuesta fue otra y The Breeders produjeron el 1990 un interesantísimo primer disco. Un registro sonoro potente, fuerte, sólido y sin más pretensiones que dar un golpe al centro del pecho a puro rock. Sin embargo, Pod trasciende su propia falta de pretensiones y se constituye en una vuelta de tuerca musical a la escena de Lo Femenino en el rock. Al punto que se atreven, en su debut, con Happiness is a warm gun de The Beatles. Y no sólo salen airosas: lo versionan, lo acomodan, lo procesan y lo devuelven con el discurso modificado, atravesado su propia sonoridad. No es, seguramente lo más importante de este debut, pero es un indicador, un termómetro con el cual medir la fiebre de este muy buen disco.


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